Pasaron 5 años desde la última vez que la vi. Pero tengo su imagen grabada en la mente, la forma en que se sentaba erguida con la silla bien cerca del banco, cómo le temblaba la voz al empezar una frase, era introvertida, tímida...pero en el trato, resultaba simpática, afable. Su infancia en otras tierras me despertaba curiosidad, pero no quería agobiarla con mis preguntas ni resultar cargosa o imprudente, así q reprimí el interés. Nunca la descifré y de hecho, poco después de cursar con ella, dejé de verla. Al tiempo, le perdí el rastro. Sólo me llegaron algunas noticias por alguna publicación en internet. Había dejado los estudios para iniciar una carrera profesional en las pasarelas, de a poco su página se fue poblando de fotos...me llamó la atención esa veta artística, poco quedaba ya de la introversión que yo la había condenado a llevar en mi memoria. Se libró de mi recuerdo e inició una nueva profesión lejos de los fonemas y de los silencios que habíamos compartido juntas. Como un ábaco defectuoso, no pude reparar en la pérdida de un número. Abril de 2011. Uno de 316 contactos. No lo noté. Pasaron los meses. Mi mente, abocada como siempre a prolongar el letárgico final de una relación, no se percató de nada ni de nadie. Hasta que de golpe, 7 meses de golpe se transformaron en ese abismal segundo de realidad que turba x tajante y que quiebra x lo inesperado. Ella, la más eterna de las introversiones había devuelto los recuerdos a su lugar.
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